
19/06/2025
Santander
La hipocresía política es un fenómeno que, lamentablemente, observamos con frecuencia en el panorama actual. Se manifiesta cuando aquellos que ostentan el poder o aspiran a él proclaman principios y valores elevados, pero sus acciones demuestran una clara falta de coherencia y ética. Esta dicotomía entre el discurso y la práctica es un síntoma alarmante de la erosión de los valores fundamentales y la penetración de la corrupción en la vida pública.
En esencia, la hipocresía política es la doble moral aplicada al ámbito del gobierno y la gestión pública. Se predica austeridad mientras se gasta sin medida; se defiende la transparencia mientras se oculta información crucial; se aboga por la justicia social mientras se benefician intereses particulares. Esta disonancia no sólo genera desconfianza y cinismo entre la ciudadanía, sino que también socava los cimientos mismos de la democracia y la convivencia social.
La raíz de esta hipocresía a menudo reside en una profunda falta de valores. Cuando el servicio público deja de ser un llamado a la responsabilidad y se convierte en una vía para el enriquecimiento personal o la acumulación de poder, los valores como la honestidad, la integridad, la equidad y la solidaridad se desvanecen. Los principios se convierten en meras herramientas retóricas para ganar el favor popular, vacías de significado. La ética, en lugar de ser una guía interna, se convierte en una fachada externa fácil de manipular.
Esta ausencia de un marco ético sólido abre la puerta de par en par a la corrupción. La corrupción no es sólo el soborno o el desfalco; es cualquier abuso de poder para beneficio privado. Cuando toleramos la hipocresía, sembramos un terreno fértil para que florezcan prácticas corruptas. La manipulación de las leyes, la creación de redes de favoritismo y el desvío de recursos públicos, son sólo algunos de los ejemplos que sufre la ciudadanía, mientras la clase política mantiene un discurso impoluto. Cuando la corrupción se vuelve sistémica, se pierde la fe en las instituciones. Algo falla en el sistema, no alguien.
Las consecuencias de esta manera de actuar son devastadoras:
Desafección ciudadana: La gente se siente traicionada y engañada, lo que lleva a una baja participación política, al abstencionismo y al surgimiento de movimientos antisistema.
Debilitamiento de la democracia: Si los líderes no son percibidos como íntegros, la legitimidad de las decisiones políticas se ve comprometida, y la democracia se vacía de contenido.
Pérdida de la confianza: La sociedad deja de confiar no sólo en los políticos, sino también en las instituciones y, en última instancia, en la capacidad del sistema para resolver sus problemas.
Injusticia social: La corrupción y la falta de valores dirigen los recursos hacia unos pocos, perpetuando la desigualdad y frenando el desarrollo social y económico.
Frente a este panorama, es fundamental la exigencia de coherencia y ética por parte de la sociedad. Es un llamado a la vigilancia ciudadana, al fortalecimiento de los mecanismos de control y rendición de cuentas, y a la promoción de una cultura de integridad desde la educación hasta la vida pública, una cultura que únicamente es posible cuando los VALORES forman parte del ADN de la clase política. Combatir la hipocresía política no es sólo una cuestión de denunciar la corrupción, sino de reafirmar esos VALORES que deben guiar la acción política: honestidad, servicio, transparencia y un compromiso genuino con el bien común.
Sólo cuando la política se alinee con estos principios éticos, y cuando la verdad prevalezca sobre la doblez, podremos empezar a construir sociedades más justas, equitativas y confiables.
José Luis Tendero Ferrer
Presidente Valores Cantabria.
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