
01/07/2025
Santander
Poder comprender la problemática actual de la sociedad española exige mirar más allá de las estadísticas, las ideologías y las estructuras políticas. Es necesario realizar un examen más profundo y desde una perspectiva mucho más compleja, que nos lleva a reconocer que la verdadera raíz de muchos de nuestros desafíos sociales reside en el corazón del hombre y en la progresiva pérdida de valores esenciales. Alcanzar esta conclusión tiene, consecuentemente, profundas implicaciones para la política, que a menudo se centra en soluciones externas sin tener en cuenta causas internas.
La política moderna tiende a diagnosticar los problemas sociales como fallos estructurales, económicos o sistémicos. Si bien no podemos negar que estos factores son importantes y necesitan ser abordados con políticas públicas efectivas, la visión cristiana sostiene que, en muchos casos, dichos elementos revelan una enfermedad más profunda, una enfermedad subyacente que se manifiesta en el individualismo egoísta, la ambición desmedida, la falta de empatía, la deshonestidad y la búsqueda del poder por el poder mismo. Y todo esto únicamente existe porque emana del corazón humano.
Las Escrituras nos recuerdan: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jeremías 17:9). Esta verdad bíblica sugiere que, sin una transformación interna en el corazón y la mente del ser humano, los mejores sistemas y las leyes más justas pueden ser pervertidos. Podemos tener democracias sólidas, economías prósperas y marcos legales robustos, pero si el corazón de aquellos que operan dentro de ellos (tanto líderes como ciudadanos) está dominado por el egoísmo y la ausencia de valores, el sistema cojeará.
Esta pérdida de valores viene derivada, directamente, de la perversión y la erosión de principios como:
La dignidad intrínseca de cada persona: si olvidamos que cada ser humano es imagen de Dios, cosificar al otro, explotarlo o discriminarlo, y con ello dar lugar a injusticias sociales y atropellos a los derechos humanos, el algo que se convierte en una práctica diaria.
El bien común sobre el interés particular: si la búsqueda del beneficio propio o de un grupo se antepone al bienestar de toda la comunidad, se crea un caldo de cultivo perfecto para la corrupción, el clientelismo y la desigualdad.
La verdad y la honestidad: la mentira, la manipulación y la hipocresía política florecen cuando la verdad deja de ser un valor inquebrantable, minando la confianza pública y polarizando a la sociedad.
La justicia y la equidad: sin un sentido arraigado de qué es lo correcto y lo justo y más aún, cuando no existe un estándar ético o moral definidio inamovible, las estructuras sociales pueden volverse opresivas y el poder se convierte en una herramienta al servicio del privilegio de unos pocos.
El servicio y la humildad: cuando el liderazgo se concibe como una posición de dominio y no de servicio sacrificial, la política se aleja de su propósito original de construir una sociedad mejor.
Esta persepectiva de la política bajo el enfoque de los valores cristianos, lejos de imponer una teocracia o cualquier otro tipo de adoctrinamiento teológico, implica necesariamente un radical cambio de enfoque:
Promover una cultura de valores: los líderes políticos, más allá de la legislación, tienen la responsabilidad de ser modelos e inspirar una cultura de integridad, ética y servicio. Esto implica un liderazgo que priorice la honestidad, la transparencia y el bien común.
Educación y formación ética: es vital invertir en una educación que no sólo transmita conocimientos, sino que también forme en valores, desarrolle el pensamiento crítico y fomente la conciencia moral desde temprana edad.
Fortalecimiento de la sociedad civil: las instituciones religiosas, con independencia de su confesión, las familias y las organizaciones comunitarias y educativas son fundamentales para sembrar y hacer crecer estos valores en el corazón de los individuos. La política debe apoyar, y no socavar, estos pilares de la sociedad.
Leyes que reflejen principios, no sólo intereses: si bien las leyes deben adaptarse y regular la convivencia social en todos sus frentes y aspectos, una perspectiva cristiana de las mismas impulsaría una legislación que no sólo se preocupe por resolver problemas superficiales, sino que también fomente la justicia, proteja la dignidad y promueva el bien común de manera más profunda.
Humildad en el poder: entender la falibilidad humana y la propensión al error, debe llevar a una mayor humildad en el ejercicio del poder, promoviendo la rendición de cuentas y la limitación del mismo para evitar abusos.
Por desgracia, nuestra amada España se está convirtiendo, desgracidamente y a pasos agigantados, en un ejemplo de cómo una política que ignora la dimensión moral y espiritual del ser humano se convierte de manera inexorable en ineficaz para resolver los problemas más profundos de la sociedad. Pone tiritas a heridas que requieren de un tratamiento y, en muchas ocasiones, una cirugía mayor.
Desde una perspectiva cristiana, la verdadera transformación social comienza con la transformación del corazón. Ésto no anula ni resta importancia a la necesidad de buenas políticas. Tan sólo les da un fundamento más sólido.
Sólo cuando el servicio, la verdad, la justicia y la compasión arraigan en el corazón de los individuos –líderes y ciudadanos por igual–, la política puede verdaderamente convertirse en una herramienta efectiva para la construcción de una sociedad más justa, humana y armoniosa. Es un llamado a que la política no sólo se ocupe de lo que la gente tiene, sino también de lo que la gente es.
José Luis Tendero Ferrer
Presidente Valores Cantabria.
Responder a Amparo rocío Duarte de la Ossa Cancelar la respuesta